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La humanidad, sin duda, es una especie guerrera por imposición de lo masculino –en  relación a su estructura, a su genética, capacidades, intelectualidad…- y ello trae consigo que las manifestaciones de lo femenino -perseverancia, paciencia, belleza, organización, ternura, afectos- pasen a un segundo o cuarto término, o mejor dicho…., sean secuestradas por su incapacidad para mantener una especie guerrera.
Si bien pudiera justificarse a la especie como guerrera –en los inicios de la humanidad- para ganarse un lugar en la vida, hoy la humanidad es una especie triunfante, dominante y con recursos para, no solamente permanecer en este lugar del universo, sino también poder habitar otros lugares.
En estas circunstancias cabría preguntarse: ¿Es necesario seguir siendo una especie guerrera? Seguramente hasta los más belicosos –que ya hablan de paz- llegarían a la conclusión de que estamos en los albores de un nuevo amanecer y, en consecuencia, nuestro cerebro impulsivo, racional, lógico, de carga y descarga, de urnas y cementerios, ya no tenga mucho sentido. Y, si bien la guía de la razón sigue teniendo un gran componente testosterónico, no por ello son innecesarios los estrógenos. Y si bien lo guerrero ya empieza a dar sus estertores (¡vaya que sí!), no es menos cierto que precisamos –como especie- empezar a rescatar lo que nos habíamos secuestrado –lo femenino-, reverdecerlo en nuestro genoma de masculinos y activarlo con valentía y sin miedo en lo femenino, y empezar a construir, día a día, una especie nueva de humanidad: un país llamado tierra, donde las necesidades ya cubiertas nos sirven para desarrollar nuestras capacidades encubiertas, y tengamos la fuerza de la fe y de la esperanza de generar un verdadero paraíso, en donde queden atrás los conceptos de ‘hombres’ y ‘mujeres’, y empecemos a hablar de ‘seres de humanidad’, donde por fin el misterio de los amantes sea el convivir cotidiano, que nos haga aspirar a una eterna primavera.

LA HUMANIDAD AUTOSECUESTRADA

Jose Luis Padilla

Al hablar de humanidad, nos referenciamos con las actividades propias de la especie –masculinos y femeninos-, advirtiendo que, tanto en unos como en otros casos, se aportan cualidades y actitudes diferentes –no opuestas-.
Si en el transcurrir de la presencia de una especie, uno de sus componentes –en este caso el masculino- emerge como el ser dominante, y estructura, dinamiza y organiza todo en base a sus criterios, la otra parte –lo femenino- no tiene otra posibilidad que adaptarse, conspirar o engañar. Difícilmente podrá mostrar sus facetas –ya sean dominantes o simplemente cambiantes-.
Con estos basamentos, la especie se va auto-secuestrando en sus valores femeninos, puesto que constituyen un impedimento para las características de poder, dominio y control de la especie.
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