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Cada cultura -dentro de nuestra especie, y a lo largo del tiempo- ha tenido un lenguaje sexual diferente, y también distinto entre lo masculino y lo femenino.

 

Desde el momento en que el masculino se hace con la hegemonía de la especie, su lenguaje sexual se hace preponderante, y su basamento se centra en el poder, en el dominio, en el mando, en la fuerza. Mientras –bajo esos parámetros- lo femenino trata de balbucear sus miedos, temores, justificaciones y huidas ante tal atropello.

 

Por todo ello, nos atreveríamos a decir que la comunicación y la expresividad -en femenino- de su Fuerza Sexual o Soplo Espiritual Sensible, es muy precario, muy condicionado a la respuesta del varón, muy masculinizante y excepcionalmente propiamente femenino.

 

Occidente, como cabeza de la liberación, ha promocionado al expresividad femenina sexual al más puro estilo machista. Y, de esta forma, se ha hecho oculto a una sexualidad femenina con lenguajes, posturas, actitudes y gestos típicamente masculinos. Casi podría decirse que ha sido -y es- una comunicación homosexual masculina entre una especie sexuada.
Es fácil no darse cuenta de esta situación, puesto que cualquier posibilidad de expresión por parte de lo femenino, en el área de la sexualidad, es un logro. Pero dado el retraso de percepción comunicante que tiene lo femenino con respecto al dominio masculino, es fácil pensar –por parte de la mujer occidental- que su acción y lenguaje sexual se encuentra liberado o en vías de liberación.

 

La comunicación sexual de naturaleza masculina no es, ni mucho menos, el patrón de referencia de los amantes. Mucho tendrá que cambiar el varón, para hacerse simbiótico con respecto a sus relaciones con lo femenino. Por otra parte, mucho tendrá que volver a cambiar el varón para que lo femenino pueda sentirse anímicamente libre para expresarse en su forma y manera de actuar en la sexualidad.

 

La naturaleza no violenta, la naturaleza de ternura, la naturaleza gestante, la naturaleza de belleza, la naturaleza de delicadeza y de espiritualidad –todo ello propio de la sexualidad femenina- tiene escaso eco y mucho miedo en el espacio convivencial de la especie.

 

Concluiríamos –sin ánimo de terminar- diciendo que el ejercicio de admiración, respeto, y promoción de iniciativa por parte del varón, junto con la pérdida de miedo y la adecuación a los ritmos instintuales femeninos,  podría poner en marcha una verdadera y nueva comunicación sexual, ajustada a los tiempos de la complacencia, de la admiración, de la espiritualidad, del animismo y de la consciencia profunda de saber que, en la medida en que la simbiosis de los lenguajes sexuales se hace posible, la consciencia de inmortalidad se hace evidente.
Jose Luis Padilla

 

EXPRESIVIDAD SEXUAL EN EL FEMENINO

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